El dicho ése que dice que “todo pasa para mejor”, no es simplemente un decir. Es una sentencia, una profecía, una crónica de un acontecimiento anunciado, como diría García Márquez, la prueba de que el destino está escrito y uno no hace más que descubrirlo con cada paso incierto que da.
Una de las cosas que Nicole más reclama de Kassel, es que acá todo cierra muy temprano. A las siete de la tarde, prácticamente el cien por ciento del comercio está cerrado, salvo uno que otro local del tipo “todo por 500”, que acá viene a ser todo por un euro, o más. Lo que también sobrevive son los Imbiss, negocios de comida rápida donde se venden especialidades turcas, papas fritas y otras chatarras (esto último no es en tono despectivo). Pero lo que son las tiendas, los supermercados y todo lo que no venda comida, cierra sus puertas inevitablemente. Es así como el estudiante que vagabundea por el centro no tiene más alternativa que recorrer las calles desiertas o comerse una Hamburguesa y una Cola Turca.
Nuestra adicción a esto último nos está llevando de a poco a una gordura incipiente, testigo silencioso de que andamos mucho en tram y poco a pie, y que al cabo de cinco meses nos va a dejar muy distintas a las estilizadas chilenas que llegaron presurosas a Frankfurt. Es por ello que con mi partner nos inscribimos en Básquetbol en la Universidad, a fin de tener actividad física una vez a la semana, que nos permita movernos y quemar las calorías de la cerveza alemana que estamos catando. Esto no lo había contado antes, pero el jueves pasado ya tuvimos nuestra primera clase. Aunque nos enrolamos en la categoría “principiantes”, cuando vimos a nuestros compañeros captamos que el mote de principiantes era un vil engaño, dado que los tipos tenían una pinta de NBA que no se la podían. Había otra niña jugando en uno de los equipos, pero el resto eran puros machos y como ya estábamos inscritas, decidimos aperrar.
Hoy (jueves) fuimos de nuevo a nuestra clase, pensando en que pese a la diferencia de niveles (y de aptitudes), era insano que nos echáramos para atrás. Además que ya nos imaginábamos a nuestros compañeros, comentando que las minas “no se la pudieron”, que “arrugaron”, o lo que sea que dicen los alemanes para referirse a estos casos. Sin embargo, nunca llegamos a nuestro destino, dado que agarramos el tram equivocado, y cuando nos dimos cuenta de que el camino no era el mismo de la semana pasada, y que el tranvía se dirigía sospechosamente hacia el monumento a Hércules, nos bajamos maldiciendo los recorridos y la mala costumbre de desviarse de las estaciones previamente establecidas. Cuando hablé de las maravillas del tram hace dos crónicas atrás, todavía no me enteraba que los recorridos tienen ciertas “variantes” indicadas en el paradero con letra tamaño pulga y, evidentemente, en alemán, lo que para las pasajeras ignorantes como nosotras, significa subirse al trencito confiadamente, para ir a dar a cualquier parte, menos al lugar de destino. Pero echando a perder se aprende.
La cosa es que decidimos volver por donde vinimos, y cuando regresamos al punto de partida, ya era muy tarde para esperar de nuevo el tram hacia el estadio. Fuimos entonces a dar una vuelta al centro, convencidas de que no podía ser más fome el panorama, con todo cerrado y más quieto que foto de abuela (jajjaa, mira Álvaro, ya ves como sí uso tus frases!!!). Íbamos por fuera de una galería, cuando escuchamos música desde el piso subterráneo, la canción principal de la película “Dirty Dancing”, y cuando nos asomamos a ver desde la escala, vimos que era un simpático bar con un moreno cantando en vivo. Qué le hace el agua al pescado, nos dijimos, y bajamos a tomar una cerveza y escuchar al negro cantando. Lo que son las cosas, en la mesa del frente habían dos damas tomando chela, y que evidentemente conocían al cantante. Como altiro le metimos conversa al artista, supimos que era peruano y que las damas de la mesa del frente eran chilenas. ¡Chilenas! ¡Pero si nosotras también! Y ahí nos sentamos todas juntas mientras el peruano cantaba.
Después de una hora, ya éramos los mejores amigos, yo estaba en el escenario cantando con el peruano y ya habíamos acordado almorzar todos juntos el próximo domingo en el lago… Ahí confirmé que sí, efectivamente, todo pasa para mejor; de haber ido al básquetbol, no habríamos conocido a estos amigos y no tendría tema para escribir acá. Además que no deja de ser emocionante encontrarse con patriotas en este punto del mundo. Como sea, el otro jueves sin falta vamos al estadio, tomamos el transporte correcto y les cuento si hicimos algún punto. Difícil, pero soñar no cuesta nada. Una pildorita: ya compramos cámara nueva. Apróntense.
Una de las cosas que Nicole más reclama de Kassel, es que acá todo cierra muy temprano. A las siete de la tarde, prácticamente el cien por ciento del comercio está cerrado, salvo uno que otro local del tipo “todo por 500”, que acá viene a ser todo por un euro, o más. Lo que también sobrevive son los Imbiss, negocios de comida rápida donde se venden especialidades turcas, papas fritas y otras chatarras (esto último no es en tono despectivo). Pero lo que son las tiendas, los supermercados y todo lo que no venda comida, cierra sus puertas inevitablemente. Es así como el estudiante que vagabundea por el centro no tiene más alternativa que recorrer las calles desiertas o comerse una Hamburguesa y una Cola Turca.
Nuestra adicción a esto último nos está llevando de a poco a una gordura incipiente, testigo silencioso de que andamos mucho en tram y poco a pie, y que al cabo de cinco meses nos va a dejar muy distintas a las estilizadas chilenas que llegaron presurosas a Frankfurt. Es por ello que con mi partner nos inscribimos en Básquetbol en la Universidad, a fin de tener actividad física una vez a la semana, que nos permita movernos y quemar las calorías de la cerveza alemana que estamos catando. Esto no lo había contado antes, pero el jueves pasado ya tuvimos nuestra primera clase. Aunque nos enrolamos en la categoría “principiantes”, cuando vimos a nuestros compañeros captamos que el mote de principiantes era un vil engaño, dado que los tipos tenían una pinta de NBA que no se la podían. Había otra niña jugando en uno de los equipos, pero el resto eran puros machos y como ya estábamos inscritas, decidimos aperrar.
Hoy (jueves) fuimos de nuevo a nuestra clase, pensando en que pese a la diferencia de niveles (y de aptitudes), era insano que nos echáramos para atrás. Además que ya nos imaginábamos a nuestros compañeros, comentando que las minas “no se la pudieron”, que “arrugaron”, o lo que sea que dicen los alemanes para referirse a estos casos. Sin embargo, nunca llegamos a nuestro destino, dado que agarramos el tram equivocado, y cuando nos dimos cuenta de que el camino no era el mismo de la semana pasada, y que el tranvía se dirigía sospechosamente hacia el monumento a Hércules, nos bajamos maldiciendo los recorridos y la mala costumbre de desviarse de las estaciones previamente establecidas. Cuando hablé de las maravillas del tram hace dos crónicas atrás, todavía no me enteraba que los recorridos tienen ciertas “variantes” indicadas en el paradero con letra tamaño pulga y, evidentemente, en alemán, lo que para las pasajeras ignorantes como nosotras, significa subirse al trencito confiadamente, para ir a dar a cualquier parte, menos al lugar de destino. Pero echando a perder se aprende.
La cosa es que decidimos volver por donde vinimos, y cuando regresamos al punto de partida, ya era muy tarde para esperar de nuevo el tram hacia el estadio. Fuimos entonces a dar una vuelta al centro, convencidas de que no podía ser más fome el panorama, con todo cerrado y más quieto que foto de abuela (jajjaa, mira Álvaro, ya ves como sí uso tus frases!!!). Íbamos por fuera de una galería, cuando escuchamos música desde el piso subterráneo, la canción principal de la película “Dirty Dancing”, y cuando nos asomamos a ver desde la escala, vimos que era un simpático bar con un moreno cantando en vivo. Qué le hace el agua al pescado, nos dijimos, y bajamos a tomar una cerveza y escuchar al negro cantando. Lo que son las cosas, en la mesa del frente habían dos damas tomando chela, y que evidentemente conocían al cantante. Como altiro le metimos conversa al artista, supimos que era peruano y que las damas de la mesa del frente eran chilenas. ¡Chilenas! ¡Pero si nosotras también! Y ahí nos sentamos todas juntas mientras el peruano cantaba.
Después de una hora, ya éramos los mejores amigos, yo estaba en el escenario cantando con el peruano y ya habíamos acordado almorzar todos juntos el próximo domingo en el lago… Ahí confirmé que sí, efectivamente, todo pasa para mejor; de haber ido al básquetbol, no habríamos conocido a estos amigos y no tendría tema para escribir acá. Además que no deja de ser emocionante encontrarse con patriotas en este punto del mundo. Como sea, el otro jueves sin falta vamos al estadio, tomamos el transporte correcto y les cuento si hicimos algún punto. Difícil, pero soñar no cuesta nada. Una pildorita: ya compramos cámara nueva. Apróntense.
2 comentarios:
Que entrete leer tus aventuras y es verdad lo del dicho, buena actitud bebé, debe ser más rica la cerveza en Alemania y que suerte encontrarse con otras chilenas, jajajja y niña hizo karaoke? Siga disfrutando amor, besos.
Podras verificar por ti misma que donde vayas siempre te encontraras con una chilena o un chileno, besitos
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